La importancia de las universidades en la construcción de alternativas latinoamericanas

Nota: Con este ensayo, David Fernández Dávalos continúa nuestro foro sobre la economía social and solidaria en América Latina— una colaboración entre el Miami Institute, la Red Comparte y el Centro Internacional de Investigación de la Economía Social y Solidaria de la Universidad Iberoamericana CDMX (CIIESS). Al final del foro, los autores se unirán para un diálogo virtual. Esta conversación final tomará lugar el 1 de octubre, 12pm-13:15 pm (hora México) / 13:00pm-14:15 (hora Miami, EDT). Por favor sigan este enlace para registrarse al evento virtual.

Nuestro marco.

La crisis que enfrenta hoy el mundo es compleja y múltiple. Afecta sensiblemente a todo tipo de instituciones y personas. Han aumentado, por ejemplo, la violencia doméstica, las agresiones de género, el desempleo, la desigualdad, el empleo precario, millones de empresas han tenido que cerrar, muchos sistemas de salud han colapsado, la concentración de la riqueza se ha incrementado, muchas instituciones educativas han cerrado sus puertas, decenas de millones de estudiantes han abandonado la escuela, la desigualdad educativa, racial, de clase, digital, ha aumentado dramáticamente.

Las dificultades que ya enfrentábamos antes de la crisis sanitaria en la Región se han acrecentado, particularmente aquellas referidas a la equidad y la inclusión.

La pandemia interrumpió, además, procesos complejos en nuestras sociedades en los que las mujeres levantaban de nuevo la voz para denunciar y enfrentar prácticas patriarcales y abusos sociales. El procesamiento de estas demandas compartidas por múltiples colectivos sociales se pausó al confinarnos a espacios domésticos.

Las universidades, tanto públicas como privadas estamos llamadas, en este parteaguas planetario, a reflexionar con hondura sobre el papel que nos corresponde desempeñar luego de la pandemia. Esta reflexión debe partir de un diagnóstico claro sobre qué tipo de universidad tendremos cuando termine el confinamiento, cómo nos hemos visto afectadas y en qué condiciones regresaremos a la “nueva normalidad”. Al igual que en la sociedad, a las tensiones que ya enfrentábamos, se suman ahora las afectaciones provocadas por el encierro y los impactos vividos por los estudiantes, los profesores y profesoras y los trabajadores administrativos. Las diferentes posibilidades de adaptarse con eficiencia y suficiencia a las nuevas condiciones han profundizado las diferencias existentes previamente en la educación superior y, por supuesto, como ha quedado dicho, en las condiciones económicas, políticas y sociales de nuestros países.

Entendemos que, junto con la pandemia, la humanidad enfrenta a nivel global otros problemas graves: el socioambiental, sobre el que el Papa Francisco ha llamado permanentemente la atención y que nos conduce hacia conflictos extraordinariamente difíciles; los dramáticos retrocesos de las democracias existentes; la ya señalada creciente desigualdad en todos los ámbitos de la vida, con acentos cargados en algunas regiones y países, entre las que, desafortunadamente, nuestra región descuella.

Pues bien, frente a este conjunto de problemas, las universidades latinoamericanas y caribeñas tienen un papel muy importante que jugar. En la pandemia, pero desde mucho tiempo antes, las universidades de nuestra región han estado en el centro de la conciencia social, como parte constituyente, pero también como elemento dinamizador y constructor de espacios de recuperación del tejido social, roto durante todos estos años en que se ha priorizado una visión meramente economicista, marcadamente insolidaria e individualista. Tenemos, no me cabe ninguna duda, una enorme potencialidad para contribuir a la solución de estos cruciales problemas que aquejan al subcontinente.

Desde que fueron fundadas, las universidades latinoamericanas han contribuido a la producción de bienes comunes, a la ampliación del reconocimiento del valor de lo público, al desarrollo de acciones que ensanchan el bienestar social. Hemos impulsado la creación de bienes públicos que producen bienestar y no sólo riqueza. Vale la pena recordar aquí que en tiempos idos las universidades resistieron también y aportaron bienes mayúsculos durante la peste y la fiebre española, de modo que hay que reconocer -como dice un grupo de rectores y exrectores convocados por la Unión de Universidades de América Latina y el Caribe para reflexionar sobre estos temas- la capacidad de las comunidades universitarias para superar los grandes problemas que ha enfrentado la humanidad desde el surgimiento mismo de la institución universitaria hace ya casi 900 años.

Hoy por hoy, las universidades de esta parte del Sur Global estamos llamadas a formar profesionales competentes para atender los requerimientos sociales y económicos de países en permanente transformación, en tanto que misión fundamental, pero no solamente. También tenemos que ofrecer espacios para que hagan oír su voz los colectivos silenciados, dar cobertura a quienes han sido relegados por décadas, para involucrarnos en los problemas que importan a la sociedad desde una visión alternativa, de transformación, que enfatice la inclusión y la justicia social.

Esto implica, por supuesto, transformar también nuestras instituciones, trabajar por una universidad que decide transformarse para estar en mejores condiciones para contribuir al indispensable reposicionamiento y rescate de las acciones públicas como única garantía de solución de problemas de la envergadura de la pandemia del Covid-19, la recesión, la desigualdad, el cambio climático, el colapso de la biodiversidad, etc., frente a los cuales el mercado pasa de largo y no tiene ninguna solución.

Implica también avanzar en la cooperación e integración de la educación superior latinoamericana y caribeña con mecanismos permanentes de articulación y trabajo conjunto. De la misma manera es evidente que tendríamos que enfrentar la mercantilización de esta educación superior que se ha venido instalando en muchos ámbitos de la vida universitaria.

La educación superior es un bien público, es un derecho social, y es responsabilidad de los estados garantizarla. Necesitamos renovar la esperanza para confiar en que es posible y existen vías bien estudiadas y planteadas para superar los problemas y las amenazas que enfrentamos, para hacer saber que las universidades en su mayoría estamos comprometidas con la creación de una normalidad mejor, más generosa para todos y todas, particularmente de los más vulnerados y de quienes han sido excluidos.

La economía social y solidaria.

En este propósito, una tarea que puede parecer menor frete a la enormidad de los desafíos anotados pero que, en realidad apunta a generar mecanismos para una economía alternativa que no ponga en el centro la ganancia, sino a las personas y su dignidad, que no sea depredadora, sino cuidadosa del medio ambiente, lo constituye el impulso de experiencias significativas de una economía congruente con el desarrollo alternativo que las universidades deseamos impulsar.

Este tipo de experiencias de una economía social y de una economía solidaria ponen, como se ha dicho, a las personas y sus derechos en el centro de todo el proceso económico; parten desde lo local, con una visión alternativa del desarrollo; fortalecen capacidades de participación y decisión en libertad; construyen conocimiento y empresa de manera colectiva; emplean de manera sostenible los recursos naturales y cultivan los bienes comunes en armonía con el entorno y el medio ambiente; priorizan una vida buena para todas las personas, sin acumulación ni injusticia; afianzan la riqueza de la diversidad, y fortalecen también el papel y la inclusión de las mujeres, con suficiencia y dignidad.

Todos estos beneficios de las experiencias de una forma económica alternativa pueden ser propiciados por nuestras universidades por, al menos, cinco mecanismos:

  • El desarrollo de empresas sociales, en alianza con colectivos populares y organizaciones sociales, que se beneficien del acompañamiento de docentes y estudiantes universitarios y puedan impactar también la docencia y la investigación universitarias, en un círculo virtuoso que haga referencia a la praxis.

  • La Investigación teórico-práctica sobre este tipo de mecanismos económicos, pero también la investigación aplicada en beneficio de este tipo de experiencias, tales como estudios de mercado, desarrollo de producto, análisis de líneas de producción, mercadotecnia, sistematizaciones, búsqueda de inversión social, etc.

  • Formación de cuadros o agentes para estas experiencias. Incorpora el desarrollo de capacidades, la formación de equipos con universitarios y miembros de las empresas, la educación formal por medio de licenciaturas y posgrados sobre el tema, capacitación técnica o formal y formal, etc.

  • La asesoría y consultoría profesional, a fin de mejorar las experiencias de producción, comercialización, gestión empresarial, organización, gestión de fondos, financiamiento, etc., que involucra la intervención permanente de alumnado y profesorado en los equipos populares, de manera que se vinculen la docencia, los estudios, la teoría, con la realidad social.

  • La comercialización de productos de las redes sociales y populares al interior de las universidades y de sus ámbitos de influencia. Aquí podrían incluirse también los contactos para colaboración y desarrollo de alianzas entre empresas sociales y solidarias y aquellas tradicionales (compra de productos, asesoría especializada, nuevos contactos, etc.)

Las posibilidades de intervención universitaria en este campo socioeconómico no se agotan, ni mucho menos, en este enlistado. La disposición que debe animarla, en todo caso, es el del aprendizaje y la enseñanza mutua, pero, sobre todo, el de la búsqueda de la incidencia universitaria en lo social, desde una visión alternativa alineada con los principios de un desarrollo alternativo, que vaya escalando desde proyectos locales, hacia ámbitos de impacto regional y, posteriormente nacional e internacional. Numerosas experiencias existentes convalidan esta posibilidad.

Conclusión

En el contexto mundial pospandemia, en el que, más que nunca, han quedado descubiertas las desigualdades y exclusiones, la prevalencia de un sistema económico depredador y que promueve la injusticia social y la concentración de la riqueza, la universidad latinoamericana y caribeña busca trabajar en modelos y proyectos sociales que nos permitan enfrentar estas lacras y propiciar un desarrollo eficaz, igualador, incluyente, respetuoso del medio ambiente, una de cuyas piezas críticas pudieran ser las experiencias alternativas, sostenibles y replicables, de la economía social y de la economía solidaria.

-David Fernández Dávalos

David Fernández es sacerdote de la Compañía de Jesus (jesuita). Licenciado en Teología, en Filosofía y Ciencias sociales, y Maestro en sociología. Ha sido rector de cinco universidades jesuitas en México -entre ellas de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México y el ITESO. Desde su posición directiva ha impulsado el estudio y la formación en temas de Economía Social y de Economía Solidaria. Trabajó en cooperativas de producción forestal y agropecuaria, y de consumo. Tiene varias publicaciones sobre el tema, sobre derechos humanos y sobre teología.

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